“Conmigo no tengo piedad”, dice el escritor Fernando Aramburu, autor de la novela Patria

A propósito del lanzamiento de su nuevo libro de cuentos Hombre Caído, y en el marco de la FILBo, Diners conversó con el escritor español Fernando Aramburu sobre su nueva obra, sus ideas y su forma de entender la literatura.
 
“Conmigo no tengo piedad”, dice el escritor Fernando Aramburu, autor de la novela Patria
Foto: cortesía Iván Giménez, Tusquets Editores / El escritor Fernando Aramburu, quien publicó su nuevo libro Hombre Caído.
POR: 
Daniel Alejandro Páez

Con Hombre caído, Fernando Aramburu vuelve al terreno del relato breve para ofrecer una colección de catorce cuentos que diseccionan con precisión quirúrgica las contradicciones de la vida contemporánea. A través de situaciones aparentemente triviales -un encuentro casual, una conversación en casa, un gesto rutinario-, el autor traza un retrato inquietante y, por momentos, irónico de la naturaleza humana, que viaja hacia la dimensión de la comedia negra.

Temas como la soledad, la crueldad cotidiana, la obsesión por la apariencia o, en especial, el miedo a la muerte, son algunos de los temas que atraviesan estas historias. Lejos del sentimentalismo o la exageración dramática, Aramburu se basa en la cotidianidad para revelar lo que se suele ocultar: los silencios de una pareja, las rivalidades que nunca se olvidan, la incomodidad ante la desgracia ajena. Un ejercicio literario que busca ser un espejo del mundo en el que vivimos, según el autor, quién además insiste en su interés por evitar los retratos sociales que rayan en lo simple o que pecan de complacientes.

Reconocido internacionalmente por su novela Patria (2016), un galardonado texto que ha sido traducido a más de treinta idiomas y adaptado a una serie televisiva, Fernando Aramburu ha desarrollado una carrera que abarca tanto la poesía como el ensayo, aunque es en la narrativa -tanto en la novela como en el cuento- donde ha consolidado su prestigio. En esta nueva entrega, el escritor pone sobre la mesa de nuevo su capacidad para captar las emociones más tímidas y los conflictos más íntimos.

Hombre caído, un reflejo del mundo que rodea a Aramburu

Foto cortesía Pabellón España

Un día, el escritor español se encontraba caminando por la calle con total normalidad, cuando se encontró con un hombre que yacía tendido en el suelo, el cuál era incapaz de incorporarse por sí mismo. Este simple escenario, donde la gente de alrededor seguía de largo casi haciendo caso omiso, se quedó en el imaginario de Aramburu hasta que se le ocurrió preguntarse “¿Y si estuviera prohibido ayudarlo a levantarse, y por eso nadie lo hace?”. 

Así nació uno de los cuentos que conforman esta entrega del autor, de un hecho cotidiano que de alguna forma pretende encontrarle respuesta a los comportamientos en los que incurrimos como sociedad. Una temática que si bien se presenta con 14 cuentos nuevos, en realidad es una tesis recurrente en su obra. Es decir, Hombre caído no busca explorar nuevos territorios temáticos, sino continuar desarrollando su estilo habitual, centrado en la humanidad, el ser, en cómo las personas conviven, se ayudan o se traicionan.

“Este libro es parte de otro texto más grande. Considero que estoy escribiendo un solo libro de cuentos a la manera de Los Cuentos Completos. Un grueso tomo del cual voy dando cada cierto tiempo una muestra, y Hombre caído es la tercera de ese hipotético libro que espero seguir prolongando”, mencionó el autor.

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Y es que estas narraciones van más allá de las ideas o la crítica, son también reflexiones que invitan al lector a dudar de sus propios fundamentos. Un ejemplo de esto lo encontramos en Dilema, un cuento donde un padre de familia se ve involucrado en un trágico accidente de tránsito y debe elegir entre salvarle la vida a un niño o a un anciano. O también en Fotos de ardillas, donde una mujer decide abandonar sus responsabilidades con sus padres enfermos, pues se ha enamorado de manera obsesiva de tomarle fotografías a las ardillas que viven en el parque. 

Estas historias se presentan, además, como un ejercicio de experticia literaria. “No busco sorprender o suscitar admiración por medio de un uso florido del idioma, todo lo contrario. Este es un libro que da un paso más allá en la búsqueda de una depuración lingüística, a la cual no accede ninguna palabra demás”, expresa Aramburu, al describir lo que significa para él este lanzamiento. 

De la imaginación al texto, así escribe Aramburu

Foto cortesía Pabellón España

Aramburu escribe todos los días de la semana, excepto los sábados, día en que se dedica a explorar su paladar cocinando todo tipo de recetas nuevas. Escribe desde un estudio alquilado, rodeado de libros, en soledad y con su escritorio en el centro. La rutina diaria resulta de hecho precisa: empieza temprano, hace una pausa al mediodía -con siesta incluida- y trabaja hasta las seis de la tarde. “A esa hora mi cerebro, ya como un globo, me dice, ‘Muchacho, ya te he dado bastante por hoy, ahora déjame tranquilo’”, confiesa. 

No lo acompaña nadie salvo su perra, que se queda en silencio bajo el escritorio. Esa compañía mínima y callada le basta. “Yo percibo ese ser vivo que está ahí respirando a mi lado. Eso me da confort absoluto”, explica. Y es que no se considera a sí mismo un trabajador compulsivo, sino uno constante. “Soy un escritor rumiante, uno que está masticando el párrafo hasta que por fin está más o menos legible”, dice, y añade que se premia después de una buena sesión de escritura, por ejemplo, con un café o una canción que encuentre en internet. 

Dialoga consigo mismo, en ocasiones incluso en voz alta, para asegurarse de que el ritmo del texto funcione. Por si fuera poco, se exige como ninguno. No le tiembla la mano al borrar páginas enteras si considera que no están a la altura. “Conmigo no tengo piedad”, dice, pues además desconfía cuando el texto fluye demasiado fácil. Para él, la verdadera creatividad aparece cuando hay obstáculos.

Precisamente por ese motivo suele imponerse reglas arbitrarias para escribir: estructuras poco comunes, desafíos lingüísticos o restricciones deliberadas. Así evita el bloqueo creativo. “Discurro algún tipo de norma caprichosa y ya por el mero hecho de comprobar si soy capaz de respetarla, empiezo”, cuenta. Cree que esas limitaciones, aplicadas con rigor, se vuelven productivas. No escribe desde la comodidad, sino desde lo que podría llamarse una tensión intelectual. 

Foto cortesía Pabellón España

Y aunque la escritura se materializa en su estudio, el proceso ocurre a toda hora: mientras camina, conversa, sueña. “Estoy escribiendo las 24 horas del día, no de manera física, pero sí dándole vueltas a todo, prestando atención a todo”, explica. Para él, su trabajo no acaba cuando apaga el computador, sino que se nutre de los pequeños detalles de su alrededor para construir sus cuentos. 

Para él, escribir no es solo un oficio, es una forma de habitar el mundo. No se proyecta en otra vida que no incluya el acto de escribir. Asegura que seguiría haciéndolo incluso si fuera el último ser humano sobre la Tierra. La vocación, dice, nació en la adolescencia y lo sigue guiando. 

“El sentido de la vida para mí es cumplir el sueño de aquel chaval de 14 años que decidió ser escritor”, expresa, así como también explica que en realidad, a veces sueña con él. En ocasiones, lo visita mientras duerme para conversar, lo llena de reproches y preguntas incómodas. Pero al final, el escritor le responde: “Tienes razón, quizás no he ido por este sendero ideológico, o quizás mis letras dicen algo distinto. Pero yo, muchacho, yo he sobrevivido y tú no”.

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mayo
7 / 2025