Entre la ternura y el vacío: así es Elio, la nueva película de Disney Pixar

DANIEL ALEJANDRO PÁEZ
¿Estamos realmente solos? Esa es la pregunta central de Elio, la nueva película de Disney Pixar que llegará a las salas de cine colombianas el próximo 19 de junio. Se trata de una nueva apuesta del estudio por explorar historias originales, en esta ocasión a través de un niño que se obsesiona con la idea de ser abducido por extraterrestres como una forma de encontrar su lugar en el universo.
Diners asistió a la premiere exclusiva de este filme y, por eso, le presentamos una crítica sincera y sin spoilers, con algunos detalles que le ayudarán a decidir si vale la pena verla.
¿Una aventura de otro mundo?

Como mencionamos antes, Elio es la historia de un joven que, tras ser confundido por el líder del planeta tierra, es abducido por un consejo de extraterrestres para hacerlo parte de los embajadores de la galaxia. Es en este escenario que se vuelven realidad las fantasías de este niño, que ha soñado siempre con salir del mundo y conocer aliens, ¿por qué? porque se siente incomprendido.
En verdad, la premisa no es tan alocada, y no necesita serlo. Todo funciona como una gran metáfora que trata decir que a veces hay soledades que están más allá de no estar acompañado, sino de sentir que nadie alrededor entiende lo que uno siente. Ese sentimiento no es exclusivo de los adultos, pues los niños, en su proceso de explorar el mundo y conocer qué lugar ocupan en él, a veces se sienten confundidos. Sin embargo, ese es un argumento que ya hemos visto incontables veces en este tipo de filmes.

Uno esperaría entonces que haya un giro inesperado, una forma diferente de echar el cuento y de acercarse al público, pero desafortunadamente, lo que hay es un poco más de lo mismo: El niño que se siente fuera de lugar, la amistad inesperada, el nuevo mundo y posteriormente, descubrir que quizás eso no era lo que realmente esperaba. No es que esté mal, pero agota encontrarse con los mismos tropos sin llegar a un resultado que cuente algo diferente. En ese sentido, uno se pregunta qué es lo que hace a esta historia merecedora de contarse en una sala de cine, y con lo que nos encontramos es con un par de cosas que vale la pena discutir.
“Puede que a veces no te entienda, pero te amo”

Uno de los aciertos de la película es dejar claro que las relaciones paternas no son sencillas. No existe una fórmula definitiva para ser un buen padre o madre, y eso se entiende desde el inicio. Sin embargo, también es cierto que hay un instinto que prevalece, y es el amor profundo que empuja a un padre a llegar hasta las últimas consecuencias por su hijo. Los errores forman parte del camino, y eso se refleja con fuerza en la relación entre Elio y su tía, quien, sin ser su madre, asumió la responsabilidad de criarlo.
Otro ejemplo relevante es el del antagonista, un inquisidor espacial que anhela que su hijo siga sus pasos y se convierta, como él, en un hombre de guerra. Aunque se trata de un personaje duro, su historia resulta comprensible e incluso conmovedora en algunos momentos. Estas dinámicas familiares -imperfectas, pero cargadas de intención- son quizá el mayor logro del filme, y se vuelven aún más potentes hacia el final, justo cuando más se necesita esa conexión emocional.
En ese sentido, la película también acierta al mostrar que los adultos se equivocan, y que la crianza es un proceso de aprendizaje constante. Quienes están familiarizados con el cine de Disney reconocerán este patrón en títulos recientes como Turning Red, que retoman los traumas transgeneracionales: las heridas que deja no escuchar a un hijo, querer moldearlo a la propia imagen mientras se le impide ser quien realmente es. Elio quiere abordar estos temas, y por momentos lo logra con acierto. Sin embargo, ¿Qué sucede cuando no?
La soledad por decisión propia

Cuando era niño, solía ver las típicas películas estadounidenses de fin de semana. Muchas compartían un elemento común: la escasa o nula presencia de figuras paternas. Ya fuera porque el protagonista era huérfano, o porque sus padres estaban tan absortos en el trabajo que no le prestaban atención, la narrativa siempre giraba en torno a la falta de afecto adulto. Ese segundo escenario es comprensible dentro de una clase media urbana, de nuevo, particularmente estadounidense. Pero cuando ajustamos la mirada al contexto que nos es propio, las dinámicas familiares son bastante distintas.
En nuestra región, por ejemplo, el abandono paterno es una problemática frecuente. A su vez, muchos niños criados por madres cabeza de hogar desarrollan una admiración y afecto profundos hacia ellas, al reconocer el doble esfuerzo que implicó su crianza. Por eso, de entrada, resulta chocante ver otra vez al niño que se siente odiado sin una causa clara. En Elio, tras la muerte de sus padres -evento que ocurre antes de que inicie la película- el protagonista cree que nadie, ni siquiera su tía, lo quiere o se preocupa por él. La pregunta inevitable es ¿de dónde surge esa conclusión? ¿Qué lo lleva a sentirse tan solo?

Lo cierto es que no hay hechos concretos que respalden su percepción. La tía, aunque claramente abrumada, intenta estar presente. Incluso, sacrifica sus propios sueños para cuidar de él. Entender esto puede ser complejo, sobre todo desde la mirada de un niño. Sin embargo, ser pequeño no es sinónimo de ignorancia indiscriminada. Aquí radica uno de los problemas principales de la película, que pretende justificar la desconexión de Elio únicamente por su edad, sin construir una base emocional que permita al espectador empatizar con él.
Además, Elio es un personaje difícil de querer: arrogante, mentiroso, hostil con quienes intentan acercarse. No hay matoneo que lo victimice por creer en extraterrestres, ni figuras adultas que lo maltraten. No enfrenta consecuencias reales por sus malas decisiones. Es, en gran parte, un niño que se aísla por voluntad propia. Y mientras la animación intenta tejer una historia entrañable, la falta de profundidad emocional durante buena parte del metraje impide que esa conexión se concrete.
¿Realmente estamos solos?

En el fondo, Elio no es solo una película para niños. Más bien, busca ser una experiencia familiar, una historia que invita a compartir un espacio entre padres e hijos para intentar comprenderse mutuamente. Es una apuesta noble, que llamaría más la atención si tuviera algo más sólido que decir.
Porque el mayor problema de esta película no es que sea mala, porque no lo es, sino que resulta intrascendente. Es entretenida, sí, pero no deja huella. Y cuando una obra pretende transmitir un mensaje con tanta insistencia, la indiferencia es lo último que debería generar.
Visualmente, el filme es hermoso, con un estilo que recuerda a Luca. El guion ofrece momentos divertidos y memorables, y la dirección de Adrian Molina, responsable del éxito de Coco, es clara, aunque insuficiente para elevar del todo la propuesta.
Entonces, si se pregunta si vale la pena verla, la respuesta dependerá de lo que usted espera. Puede ser una opción ligera para un domingo en casa cuando esté disponible en Disney+, o una salida casual al cine sin mayores pretensiones. Es uno de esos títulos que se disfrutan mejor con el “cerebro apagado”. Si eso es bueno o malo, queda a su juicio.