Colón, Putumayo, un pueblo ancestral entre páramos, artesanías y aguas termales

Revista Diners
Colón, Putumayo, nació en la encrucijada del Valle de Sibundoy, en toda la división que separa el mundo andino del amazónico. Sus primeros habitantes fueron los inga, descendientes de los mitimaes que bajaron desde las montañas quechuas. Luego, campesinos de otras zonas del país se instalaron, armaron sus techos y junto a los indígenas levantaron un pueblo que todavía conserva la colaboración comunitaria de antaño.
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Quizás por eso Colón figura entre los nominados a Best Tourism Villages, iniciativa que lidera la ONU de Turismo. La combinación de un clima frío que corta la cara, páramos que dan refugio a los dioses del agua y termales que brotan suave de los volcanes lo convierten en un santuario.
Para llegar a Colón desde Mocoa, la capital del Putumayo, hay que dejar atrás la comodidad. Dos horas de bus o carro separan la ciudad del silencio. En el trayecto se atraviesa el famoso trampolín de la muerte, una franja angosta de tierra suspendida sobre el abismo, tan peligrosa que ha sido bautizada con un nombre que intimida hasta al viajero más temerario. Sin embargo, para muchos, recorrerla se vuelve un rito de paso, una experiencia que mezcla adrenalina y contemplación.
Colón y sus raíces andino-amazónicas
Colón es el ombligo donde se abrazan los Andes y la Amazonía. Cada respiración huele a tierra húmeda y leña a las brasas. La biodiversidad se deja ver en cada esquina: aves que pintan el cielo con sus cantos, plantas medicinales que guardan secretos milenarios y manos que bordan artesanías con paciencia.
Aquí, la comunidad entera trabaja para que cada visitante se lleve no solo fotos, sino historias ancestrales. En el centro del pueblo, una casa de justicia construida al estilo indígena revela la fuerza de sus pueblos originarios. Fotografías y relatos dan rostro a las comunidades Inga, Kofán, Siona, Coreguaje y Kamentsá. Los inga, descendientes de los guerreros mitimaes, todavía sueñan en quechua. Los Kofán habitan las profundidades de la selva, mientras los Siona custodian las orillas del río Putumayo. Los Coreguaje comparten territorio y saberes, y los Kamentsá protegen su lengua sagrada.
Esta mezcla poderosa convierte a Colón en un museo vivo. Quien camine por sus calles verá danzas, olerá resinas sagradas y escuchará las palabras que amarran el pasado al presente. Un viaje aquí es ver la Colombia antes de la conquista.
¿Qué hacer en Colón?
El frío es un invitado constante en estas tierras, por eso las aguas termales, nacidas del volcán Patascoy, son tan queridas pues brotan con temperaturas que van desde los 38 hasta los 48 grados. Las comunidades indígenas han usado estas fuentes durante siglos como medicina, ritual y lugar de encuentro espiritual.
El Centro Turístico Ambiaku, que significa “agua medicinal” en lengua inga, es el epicentro de esta experiencia. A veinte minutos de Sibundoy, hacia el occidente, ofrece piscinas cubiertas que beben directamente de la fuente volcánica. El visitante puede entregarse a la lodoterapia, caminar por senderos selváticos y descubrir el secreto de curar las dolencias con el sonido del bosque.
Para quienes quieran ampliar el horizonte, están el Tambo Wasi – El Orquideario en Santiago; el Parque de la Interculturalidad en Sibundoy; el Páramo del Bordoncillo; El Salado y las infinitas caminatas que cruzan los ríos y las montañas. Parapentismo, avistamiento de aves, baños rituales y medicinas tradicionales completan la lista.
Visita al páramo en Colón
El Páramo de la Rejoya se alza como un tesoro húmedo entre la neblina. Creado en 1980 por el empeño visionario de Carmen Elisa Guerrero y Mario Armando Barrera, este santuario natural abarca 300 hectáreas de bosques y páramo puro. Aquí las montañas dividen las aguas entre el Pacífico y la cordillera Andina.
La Rejoya protege orquídeas, árboles que cargan agua pura y arbustos tornasol. Más de 140 especies de orquídeas coexisten, además de colibríes y otras aves que se alimentan de la riqueza del páramo.
A estas criaturas se le suman el oso de anteojos, la danta, el venado conejo, el perro de monte, el tigrillo y el cusumbo o nutria de río. Entre tanto, si quiere vivir esta experiencia de cerca el ecosistema de Runduyaco cuenta con senderos que invitan al viajero a caminar y poner a prueba su físico en este paisaje surreal de Colón.
Gastronomía en Colón, Putumayo
Las carnes en Colón se hacen en una fogata y en familia. El Restaurante Huaytapallana, junto a las termales, ofrece asados familiares, pescados frescos y ese puchero local envuelto en hojas de plátano que recuerda las cocinas campesinas.
Don Edgar, con su carta de platos generosos, ofrece el sabor clásico de la Colombia profunda. Proteínas abundantes, guisos sencillos, y ese aroma que se queda en la ropa con las cocinas de leña. Si busca algo más íntimo, La Cabaña Del Valle acoge a los curiosos en un ambiente de historia y calidez. Aquí cada plato surge de las mingas indígenas, donde la comunidad se reúne alrededor del fogón, comparte historias y agradece al maíz y al ají su generosidad.
¿Dónde quedarse en Colón, Putumayo?
El único refugio con todas las comodidades que necesita el cuerpo y el espíritu es Sumak Kawsay, en la vereda La Josefina, que significa buen vivir. Este lugar ofrece un silencio para meditar y espacios para conectarse con la naturaleza.
Tres cabañas de madera esperan a los viajeros que buscan dormir escuchando el canto de los grillos y el susurro de los árboles. La Cabaña Sumak, diseñada para parejas, cuenta con cama doble, baño privado y un jacuzzi. El plan para parejas incluye baño de burbujas, hidromasaje y el privilegio de mirar los jardines al amanecer.
Es así como se presenta este municipio nominado a Best Tourism Villages 2025. Un lugar que la comunidad ha mantenido a pulso y del que puede llevarse recuerdos en forma de artesanías o memorias que sirven para compartir entre sus amigos y animar a otros a visitar un lugar casi desconocido en Colombia.