Día mundial de las bibliotecas: ¿por qué se celebra y qué tiene que ver con Borges?

Revista Diners
Borges logró escribir un cuento sobre lo que sería al mismo tiempo su paraíso y su infierno. La Biblioteca de Babel es la historia de una biblioteca infinita, organizada en forma de galerías hexagonales, como un gigantesco panal, y en cuyas paredes estaban, sin ningún orden en específico, libros que contenían todas las combinaciones posibles de 25 símbolos ortográficos.
Cada galería estaba llena de escritos sin sentido, cientos y cientos de páginas de letras derramadas al azar, hasta que de pronto algún volumen guardaba al pie de la letra los capítulos 5 al 18 de Don Quijote de la Mancha. Y es que esta Biblioteca (que algunos también llamaban el Universo) tenía todos los libros de todas las lenguas y cada versión de cada libro en cada lengua. Era el infinito hecho arquitectura, hecho arte y sueño literario.
En este laberinto onírico que ideó Borges estaba la idea de una biblioteca infinita que fuera la madriguera de la memoria de la humanidad, y fue esta una de las imágenes que más estuvieron presentes a lo largo de su vida y de su literatura. Pues para Borges había algo naturalmente fascinante en los libros. Consideraba que todo lo que el hombre había inventado, desde la espada hasta el telescopio, desde el teléfono hasta el arado, era solo una extensión de su cuerpo. Mientras que el libro era diferente, porque era una extensión de su imaginación.
La biblioteca de su padre
Borges sentenció, un año antes de su muerte, que el hecho capital de su vida fue la biblioteca de su padre. “Ahí, por obra de la voz de mi padre, me fue revelada esa cosa misteriosa, la poesía; ahí me fueron revelados los mapas, las ilustraciones, más preciosas entonces para mí que las letras de molde”, afirmó entonces el escritor argentino.
Su padre había determinado que hasta los 11 años Borges no iría a ningún colegio, sino que más bien sería educado en casa. Y a esa decisión adjuntó el acceso completo a su biblioteca personal, más de 1.000 volúmenes, en su mayoría en inglés o en francés, que muy pronto el pequeño convirtió en su patio de juegos. Fue ese lugar el que lo impulsó a perseguir sus ambiciones literarias, pero también fue su prisión, pues hasta el último día de su vida afirmó que nunca había logrado salir de ahí.

Su vida se volvió una sucesión infinita de volúmenes, la mayoría empolvados por el olvido, que había en las estanterías de las bibliotecas en las que trabajó. La más conocida fue sin duda la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, de la que fue nombrado Director en 1955, el mismo año en el que se quedó ciego.
Fue esa irónica concurrencia la que lo llevó a escribir años después el Poema de los dones, en el que no solo afronta su destino de ser el maestro de un mundo que está fuera de su alcance, sino que también lanza una de las líneas que lo han hecho mundialmente reconocido por su amor por las bibliotecas.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso,
bajo la especie de una biblioteca.
En el poema, además, se equipara a Paul-François Groussac, un fallecido escritor franco argentino que también había sido director de la Biblioteca años antes y que, curiosamente, también había perdido la vista.
Día internacional de las bibliotecas
Desde 1997 se celebra el 24 de octubre el Día internacional de las bibliotecas, producto de una iniciativa nacida la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil. Ese año, declarado por la UNESCO como el ‘Año internacional de la lectura’ se dedicó este día a conmemorar estos espacios como fuente de conocimiento, memoria y desarrollo de la humanidad.
Y, aunque no coincida con el día, se suele asociar a la conmemoración de la biblioteca de Sarajevo, destruida en agosto de 1992 durante la Guerra de los Balcanes, en la que se perdieron más de 700 manuscritos e incunables que allí reposaban.
Pero entonces, si Borges no es la razón de que exista este día, ¿por qué recordarlo hoy? Porque su biblioteca infinita no fue solo un experimento literario, fue una realidad. En 1937, cuando aún conservaba sus ojos, Borges fue nombrado auxiliar segundo de la Biblioteca Miguel Cané, un anexo de la Biblioteca Municipal de Buenos Aires en el que acogió el hábito de leer cualquier cosa que no conociera y que cayera en sus manos. Fue esa biblioteca la que, años más tarde, compararía con la sucesión infinita de galerías y anaqueles de la Biblioteca de Babel.
“Cuando escribí La biblioteca de Babel, yo estaba empleado en esa biblioteca, y pensé que esa biblioteca infinita, que abarca el universo y se confunde con el universo, era para mí esa pequeña y casi secreta biblioteca de Almagro”, afirmó en una de sus conversaciones con el escritor Osvaldo Ferrari, recopiladas en la trilogía En Diálogo.
De cierta manera, su biblioteca de Babel son todas las bibliotecas, la memoria repartida y fragmentada de la humanidad. Fue la biblioteca de Almagro, su Biblioteca Nacional, nuestra Luis Ángel Arango y Virgilio Barco, fue la Biblioteca de Alejandría, pero sobre todo fue la Biblioteca de Sarajevo.
Borges entendía mejor que nadie lo que estos espacios significaban para la historia de la humanidad y lo que significaba perder uno de ellos. Él supo desde siempre que “las bibliotecas son la memoria de la humanidad. Una memoria infame, ha dicho Shaw. Pero con ella erigiremos un porvenir que se parezca, siquiera un poco, a nuestra esperanza”.
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