El futuro de la literatura colombiana es hoy

Simón Granja Matias
María Osorio recuerda que en su hogar había una colección de libros clásicos y otra de mitos y leyendas. Bueno, al menos así es como rememora la biblioteca de su padre. De eso ya hace unos sesenta años, cuando era niña y las librerías eran santuarios donde uno debía saber específicamente lo que estaba buscando. Hoy, con cerca de cuarenta años de experiencia en el mundo de los libros y más de dos décadas al frente de Babel, su editorial, distribuidora y librería especializada en literatura infantil y juvenil, Osorio señala que el panorama del libro en Colombia ha experimentado cambios sustanciales. Aunque se siente esperanzada, reconoce que todavía queda bastante camino por recorrer.
De acuerdo con Osorio, uno de los principales desafíos que continúa enfrentando el mundo de las letras es el bajo nivel de lectura de los colombianos. En el 2001, cuando fundó Babel, las cifras del DANE indicaban que un colombiano leía en promedio 1,6 libros al año; hoy en día, este promedio ha subido a 2,7 libros al año, según la información más reciente de la Cámara Colombiana del Libro (CCL), cifra un poco alentadora pero que sigue siendo muy baja en comparación con las de otros países de la región.

“Aun así, el progreso es innegable”, explica Osorio, y asegura que “afortunadamente los padres de hoy, nacidos en los años ochenta, fomentan más la lectura en sus hijos”. Así mismo, destaca el aumento de los programas de promoción del libro, al igual que la prominencia que ha adquirido la literatura infantil y juvenil en las librerías; sin embargo, subraya la necesidad de llevar más libros a las calles y de garantizar un mayor acceso a la lectura, sobre todo para niños y jóvenes.
Ana Lucía Barrios, editora de proyectos especiales de Laguna Libros, coincide con Osorio y añade que el reto actual continúa siendo la accesibilidad a los libros, pues su precio fluctúa según la economía. “Creo que los programas de promoción son fundamentales en la política pública del libro para que este deje de ser un artículo de lujo”, afirma.
No obstante, llegar con la cultura a todo el territorio nacional sigue siendo uno de los grandes retos de este país. En Colombia hay 1.541 bibliotecas públicas en funcionamiento, localizadas en 1.020 municipios del país, pero todavía existen 102 municipios que no disponen de estos espacios. La situación es aún más preocupante en cuanto a las librerías. De acuerdo con las últimas cifras de la CCL, en el país hay una por cada 100.000 habitantes, y aunque este número puede parecer alentador, seguimos estando lejos de alcanzar la meta de la Unesco, que sugiere una librería por cada 7.500 habitantes. Además, la mayoría de ellas se ubican en Bogotá, con el 40 % de las librerías registradas por la CCL, lo que suma un total de 189 establecimientos.
Según la Unesco, el número de estos espacios en una sociedad no solo es un síntoma positivo de la buena salud de la industria editorial, sino también un indicador del desarrollo educativo y cultural de una nación. A pesar de esto, son pocos los gobernantes que prestan atención a este aspecto, ya que las políticas públicas destinadas a fomentar o proteger estos espacios no son suficientes.
Un espacio de encuentro y debate
En medio de este panorama, también se ha evidenciado un mayor interés por parte de los lectores de encontrar nuevas voces en la literatura, voces con las que se puedan sentir identificados, cercanos. Por lo tanto, han surgido nuevos espacios, autores y proyectos que han descentralizado la literatura. Un ejemplo es Motete, un espacio cultural que fundó la escritora Belia Vidal en Quibdó, Chocó, y con el que por medio de la literatura busca enseñar a leer y a escribir a una de las poblaciones más empobrecidas del país.
“Creo que hoy tenemos preguntas muy propias de la época, preguntas que no solo se hace la literatura sino también el arte y que tienen que ver con lo político, con la inclusión, con la representación de los grupos que históricamente han sido minoritarios”, explica Velia.
Sin duda, uno de los fenómenos culturales más interesantes que han surgido en las últimas décadas es el surgimiento de nuevos espacios literarios especializados en ciertas áreas. Tan solo en los últimos dos años surgieron proyectos como La Dacha, que tiene una apuesta muy particular y única en el país por la literatura eslava, rusa y de Europa del Este; o Woolf, una librería en inmediaciones del Park Way dedicada exclusivamente a libros escritos por mujeres; también Verbena Literaria, a una cuadra de Unicentro, por nombrar algunos.

Sebastián Aldana, creador y librero de La Dacha, fundó este espacio por su pasión por los libros y por la literatura eslava. Sabe que el negocio no es fácil, pero está seguro que la especialización de las librerías puede abrir una oportunidad para que se creen cada vez más espacios en Colombia. Y además, asegura que “el encanto de las librerías está en que, en una ciudad como Bogotá (inmensa, caótica y acelerada), estos espacios logran desvanecer la sensación de ansiedad en la que creo que están inmersas muchas personas”.
La Dacha la fundó Aldana poco tiempo después de que la pandemia terminara. Más o menos al tiempo surgió Woolf; El Callejón en dos centros comerciales: Cedritos e Iserra 100; el Fondo Cultural y Económico abrió su sede Maria Mercedes Carranza en la 15 con 108; en el barrio La Castellana nació DushiBooks; a unas pocas cuadras, en Pasadena, también surgió La Guachafita; en la avenida La Esperanza surgió Animal de Luz, y recientemente en la 109 llegó desde Medellín la librería Bukz. Por nombrar algunas.
El surgimiento de tantas librerías en poco tiempo pareciera una señal contradictoria con la crisis económica debido a la escasez de papel que detonó la pandemia. Sin embargo, la explicación que dan algunos de los libreros es que decidieron lanzarse a fundar su librería por el deseo de cumplir su sueño, y también porque la pandemia demostró que los libros son elementos esenciales y que son las librerías las encargadas de satisfacer esta necesidad de manera personalizada, ya que permiten el encuentro, la discusión y el debate.
La pandemia no fue solo un detonante para que las personas buscaran refugio en los libros, también representó una prueba de supervivencia significativa para el sector librero, les obligado a salir de su zona de confort y a comprender que las redes sociales e internet son herramientas fundamentales para sobrevivir.
Sin embargo, ahora se enfrentan a un nuevo reto: la irrupción de “librerías” virtuales como Amazon y Buscalibre. Aunque el principio de la accesibilidad al libro pareciera positivo, también es importante señalar que estas empresas han tendido a eliminar cada vez más el factor humano dentro de la cadena del libro para darle protagonismo al algoritmo, lo cual, según señala Jorge Carrión en su libro ‘Contra Amazon’, “es imperfecto, ya que carece de intuición”, y además, puede ser peligroso porque exacerba el machismo, el heterocentrismo y otros radicalismos.
Las nuevas voces
Felipe González, editor de Laguna Libros, considera urgente que la sociedad apoye la creación y sostenibilidad de librerías para garantizar el acceso a los libros, así como de las editoriales para garantizar la independencia del pensamiento. “Ambos objetivos contribuyen a garantizar la libertad de las personas y fortalecer la democracia”, afirma.

Afortunadamente, señala González, la presencia de 130 editoriales independientes activas en Colombia y la reciente fundación de la Cámara Colombiana de la Edición Independiente son evidencia de la creciente importancia de un tejido editorial nacional robusto.
Por su parte, la editora Catalina González Restrepo, de Luna Libros, reafirma que la proliferación de editoriales independientes ha propiciado una mayor diversidad de propuestas editoriales, que van desde la publicación de poesía hasta la incursión en géneros menos explorados como la novela gráfica y el cómic.
Ana Cecilia Calle y Óscar Campo, editores de Himpar editores, enfatizan la importancia de las editoriales independientes como espacios propicios para la toma de riesgos y la experimentación. Sostienen que la presencia de estas editoriales ha ampliado la bibliodiversidad y ha brindado oportunidades a autores jóvenes para forjar una carrera literaria, gracias a una dedicación apasionada a la lectura y una conexión estrecha con el panorama cultural de Colombia y el continente.
En la experiencia de ambos editores, algo que les ha sorprendido son los temas que tienen que ver con la memoria, las formas de recordar, de reconstruir vidas y eventos, están muy presentes también como una manera de experimentar con la idea del yo. Por otro lado, las figuras de los padres y las madres les han sorprendido porque están muy presentes en mucha de la narrativa de esta generación.
Y, de nuevo, toda la experimentación que se deriva de torcerle la cara a la literatura solemne y jugar mezclando formas de la alta literatura con preocupaciones y “formas de la literatura y del hablar popular también nos han llamado mucho la atención, lo mismo que no conformarse con la idea de que narrar se trata de mostrar cómo se resuelve un conflicto”. A esto se suma que la conexión de la literatura colombiana con otros países de América Latina ha facilitado una mayor circulación de obras y autores, fortaleciendo los lazos y enriqueciendo el diálogo cultural en la región.
Los editores de Himpar anticipan una continua experimentación y diversificación en términos de formatos y narrativas. Sin embargo, reconocen que el desafío clave reside en la sostenibilidad y en fomentar un discurso público más productivo en torno al oficio editorial.
Y según el escritor Giuseppe Caputo, lo que estamos presenciando en el mundo literario colombiano son horizontes de futuro. Son obras que miran la tradición colombiana y latinoamericana, que conjuran la narrativa con la poética y la palabra pensante, que incluyen nuevas y diversas voces. “El futuro de la literatura lo estamos viviendo ahora”, concluye.
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