Andrés Duprat habla del detrás de cámara de la serie de Disney+: Bellas Artes

Hablamos con Andrés Duprat, guionista de la serie Bellas Artes (disponible en Disney+) y director del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, sobre los desafíos del arte contemporáneo, las críticas planteadas en la serie y lo que implica dirigir un museo.
 
Andrés Duprat habla del detrás de cámara de la serie de Disney+: Bellas Artes
Foto: Disney+
POR: 
Simón Granja Matias

Andrés Duprat no utiliza una patineta eléctrica para ir al museo y deja claro que no es Antonio Dumas (interpretado por Óscar Martínez), aunque comparten las mismas iniciales. Los museos que ambos representan son completamente diferentes. Duprat afirma que lo que ocurre en el ficticio Museo Iberoamericano de Arte Moderno, en Madrid —escenario de la serie Bellas Artes, que él escribió—, no se compara con los retos que enfrenta diariamente como director del Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires, Argentina. Los personajes que aparecen en la serie, según Duprat, no existen, pero están inspirados en figuras que ha conocido a lo largo de su carrera. De ahí nacen las ideas para construirlos. Además, admite sentirse agradecido de dirigir un museo más tradicional, ya que no está del todo conectado con las tendencias más vanguardistas del arte contemporáneo.

(Izq – dcha) Andrés Duprat, Gastón Duprat y el actor Óscar Martínez en la grabación de la serie Bellas Artes. Foto. Cortesía Disney+.

Bellas Artes relata la historia de Antonio Dumas, director del Museo Iberoamericano de Arte Moderno de Madrid, un hombre que no teme expresar lo que piensa ni confrontar las verdades que otros evitan. A lo largo de la trama, enfrenta absurdos desafíos que ponen a prueba tanto su profesionalismo como su limitada paciencia.

Desde 2015, Andrés Duprat se desempeña como director del Museo Nacional de Bellas Artes y es una figura clave en la exitosa colaboración con los directores y productores argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat, su hermano. Entre sus guiones más destacados se encuentran Ciudadano Ilustre, Competencia Oficial, Mi obra maestra y, ahora, Bellas Artes, disponible en Disney+.

A diferencia del personaje agrio que es Dumas, Duprat se muestra más amable y cercano. Desde su casa en Buenos Aires, rodeado de bibliotecas y libros, saluda con una sonrisa y cuenta que acaba de regresar de la Secretaría de Cultura. Con humor, reconoce que su vida parece el guion de un capítulo de la serie, ya que, como el protagonista de Bellas Artes, suele encontrarse en escenarios similares a los que escribió para la ficción.

La Revista Diners conversó con Duprat sobre la serie, pero también sobre su visión entorno al arte, en su más amplia expresión. 

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¿Se va en patineta eléctrica al museo?

(Risas) No, no, en subte o en auto. El museo que dirijo es re importante, de los más importantes de la región. Pero, a diferencia del de la serie, es más clásico, más histórico. Hacemos arte contemporáneo, algunas muestras, pero sobre todo es un museo con una gran colección. Es como si fuese, no sé, el Louvre, salvando las distancias. Por eso ubicamos esta ficción en un museo de arte moderno o contemporáneo, porque potencia estas situaciones con respecto al público general y las manifestaciones de arte contemporáneo. Digamos que, hasta el Impresionismo, todo era más popular y aceptado. Nadie hoy discute una pintura de Van Gogh o de Degas. Ahora, a partir de las vanguardias del siglo XX, empezó a abrirse una especie de abismo con la opinión pública, sobre todo con la media. Esto no pasó en todas las disciplinas artísticas, pero en las artes visuales sí: se abroquelaron, se hicieron más endogámicas, dedicadas solo al público experto. Entonces, si perdiste el tren de Duchamp en adelante, ya lo perdiste. Y eso sigue pasando. Te digo, hablando en serio, es uno de los problemas más grandes que veo en el arte contemporáneo.

¿Cuál?

Que la gente —y esto lo digo a nivel mundial— va al museo con la estima baja. Dicen: “Sí, muy lindo el edificio, pero la muestra no la entendí, se ve que soy bruto”. No dicen que es malísima, que no les gustó o que es estúpida. No se animan al juicio justamente porque el museo, como edificio e institución, avala. Entonces, uno se siente como cuando construían iglesias góticas para convencer a la población de que existía una entidad mayor. Es una gran tragedia, porque el arte es una manifestación humana. No es cosa de doctores ni de licenciados. En Historia no hay que ser universitario para apreciarlo. Es un área que se expresa y está dedicada a la humanidad. Puede no gustar, puede generar desacuerdo, pero no se puede excusar de esa interpelación que hace una obra.

¿Por qué se dio esto?

Lo que pasó es que la Academia atrapó y transformó el mundo del arte contemporáneo en una especialidad académica, como si, si no tenés un doctorado, no podés ver un cuadro. Y eso es una gran mentira. Obvio, hay lecturas profundas, eruditas, intelectuales, que son súper bienvenidas. Pero nadie está descalificado para pararse frente a una obra de arte. Eso es una cosa muy reaccionaria que sucede.

La humanidad está tocando su pico más alto de estupidez” son las palabras que pronuncia Antonio Dumas cuando su equipo le hace saber que los grupos protectores de animales se están manifestando en contra de la adquisición más reciente del museo: una obra de una artista israelí titulada “La implacable evanescencia de nuestras acciones” que consiste en una pecera con babosas vivientes dentro. Foto cortesía Disney+.

¿Diría que es una cuestión de exceso de conceptualización del arte?

Yo creo que está hiperdesarrollada una aproximación intelectual, racional, conceptual. Y está bien, no digo que esté mal. Lo que está mal es que sea la única forma de aproximarse al arte. El arte tiene su propio lenguaje visual, entonces no es que uno vea el arte conceptual y lo traduzca a ideas. Pasa mucho en los museos: los mediadores traducen un lenguaje visual a uno literario, conceptual o histórico. Entonces te dicen: “El artista acá está queriendo denunciar los abusos en tal cosa, bla, bla, bla”. Bueno, entonces, ¿para qué está el cuadro? Las artes visuales tienen sus propias claves de lectura. Ahí juegan otras cosas: la composición, el color, la textura. Ese aspecto más sensible, más sensual, más de conexión no intelectual, está atrofiado. Y el otro, el conceptual, lo ocupa todo. Eso es riesgoso, porque el arte es polisémico, tiene muchos significados, muchas aristas. No es que haya un concepto secreto a encontrar. Cuando pasa eso, se destruyen todos los otros significados, porque uno empieza a ver las cosas solo en función de ese “mensaje” que el experto dice que tiene, y ya no hay manera de verlas de otra forma.

¿Qué hay que hacer?

Yo creo que hay que recuperar un poco la autoestima como espectador y ver qué nos pasa delante de las manifestaciones, sin miedo a parecer bruto, sin miedo a decir la pregunta equivocada, que fíjate que en otras disciplinas no pasa, por ejemplo, imaginemos que tu mamá va al cine y si le aburre la película, pues se para y se va. Después te dice: “me pareció aburrida, la verdad que le esperé y no me gustó o muy sangrienta o muy morbosa” y no importa quién es el autor. A mí me gusta esa actitud en relación a las obras de arte, no solo como un objeto de análisis sesudo, sino como una forma también de conexión hipertextual, por fuera de lo literal como una práctica de expresión humana.

En una de las escenas de la serie, hay una silla caída y un muchacho se empieza a acercar con curiosidad, y la mira por ambos lados, y luego saca su celular para tomarle una foto, cuando llega la guardiana de la sala y la levanta y se sienta…

Hay muchos casos así. Hay algo que es verdad y es que con el museo pasa algo como lo que te decía de las catedrales góticas, y es que todo lo que sucede ahí adentro está sacralizado, entonces se presta también para ese tipo de confusiones, como pusimos con la silla en la serie.

Son guiños sarcásticos…

Es un ejercicio válido, aunque a veces se repite demasiado, poner un objeto ordinario en un contexto extraordinario, como en una sala de exhibición. A mí me parece una operación lícita para hacernos pensar. “El culpable” de eso fue Marcel Duchamp con su Urinal. No era solo una broma; abrió un canal enorme y revolucionario en la historia del arte. Introdujo una pregunta fundamental: ¿por qué no podemos mirar un objeto sin autor desde sus características físicas, sus texturas, brillo, color y forma? Al colocar un urinal en un contexto museográfico, Duchamp nos invita a pensar: “Nunca lo habíamos visto fuera de su función”. Y realmente, uno puede llegar a ver que ese objeto, aunque no tiene autor, puede ser bello. Además, plantea que el nuevo arte del siglo XX podría apropiarse de un objeto sin autor solo con señalarlo. Esa era un poco la lógica de Duchamp: esto puede ser arte porque yo digo que lo es y lo pongo en un contexto de arte. A mí me parece profundo e inteligente.

Sin embargo, cuando Duchamp abrió esa compuerta, como cuando se abre una puerta y empieza a salir agua, surgieron miles de imitaciones que ya no tienen la misma gracia. Lo que Duchamp hizo fue revolucionario en su época. Si hoy, en 2024, lo miramos con el mismo enfoque, la confusión puede ser más fácil, pero el arte también implica una lectura del contexto. Es cierto que el arte conceptual se presta para el chiste. Quizá es demasiado específico, pero ese tipo de obras son claves en el desarrollo de la historia del arte porque abren nuevas dimensiones y amplían el campo del arte.

Las obras clave llegan en momentos específicos, como la obra suprematista por excelencia de Vladimir Malevich: El cuadrado blanco sobre fondo blanco. También tiene El cuadro negro sobre fondo negro, que marca el límite de la abstracción. Malevich llegó y dijo: no se puede abstraer más que un cuadro blanco sobre un fondo blanco. Ese es el límite, y cumple una función importante en la lectura de la historia del arte. Ahora bien, si yo hoy hago un cuadrado blanco sobre un fondo blanco…

En defensa del arte de las cosas sin sentido, debo decir que a mí me encanta. He dedicado mi vida a eso, y aunque lo supercritico, también hago una autocrítica, porque esta serie en particular es un poco eso. Me parece fabuloso que, en un mundo tan regulado, cada vez más jerárquico y conectado, aparezca esta disciplina tan “loca” que es la expresión artística. Es mucho más interesante para mí el mundo del arte que, por ejemplo, el de los odontólogos. Lo que me parece apasionante es que algo que antes no tenía valor, ahora pueda valer 100 millones de dólares, sin tener una funcionalidad específica ni un sentido evidente. Esa capacidad de enriquecer la condición humana me resulta fascinante.

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¿En qué sentido dice que es una autocrítica?

Eso es un sello de la casa. En las películas que hemos hecho con Gastón, mi hermano, es recurrente la crítica a nuestra propia condición socioeconómica y cultural. Nosotros escribimos y hacemos producciones con esa crítica, aunque no sea la finalidad principal, sí está presente. En parte, está dirigida a la clase media alta, a la gente ilustrada, a esa especie de estatura moral que algunos creen tener por el simple hecho de tener más conocimiento sobre lo que se llama alta cultura, en contraste con la cultura popular.

Lo digo como una autocrítica porque pertenecemos a ese mundo; no lo observamos desde afuera y lo señalamos, lo que sería menos interesante. Este fenómeno se ve mucho en las producciones audiovisuales, donde chicos de clase media o media alta que han estudiado cine hacen series sobre pueblos con niños armados y cocaína, pero se nota que no conocen el tema. Es una visión burguesa y estigmatizante de una realidad que no comprenden, que tal vez les fascina por lo exótico. No digo que no se pueda hacer, pero el riesgo de crear obras fallidas es alto, como sucede con muchas de esas producciones, salvo algunas que realmente tienen autoridad.

Cuando uno habla de lo que conoce, del mundo que lo rodea, que lo constituye, es más fácil profundizar. A los personajes de la serie Bellas Artes, no solo al director, sino también al curador joven, la secretaria, el de seguridad, los conozco bien porque de alguna manera me constituyen. Por eso tengo la autoridad para la crítica, y hablo de autocrítica porque no estoy analizando un fenómeno ajeno a mi vida. El museo que yo manejo es mucho más complejo que el de la serie; es más grande, somos más gente, y, además, es una sitcom escrita por un guionista genial.

¿Realmente es tan interesante el trabajo de un director de un museo?

Mi trabajo es así. Hoy, por ejemplo, se rompió el ascensor, y es una tragedia porque vienen 3000 personas por día y es carísimo. Cada día pasa algo que no esperas, más allá de la rutina habitual del trabajo; por ejemplo, un aire acondicionado que no funciona. Apareció un personaje rumano rarísimo que se hace el no sé qué, y conoces gente interesante. Es realmente un caldo de cultivo, y por eso elegimos esa especie de caja de resonancia que es un museo. Allí se mezclan muchos estratos y disciplinas diferentes: desde el público visitante amante del arte, hasta los turistas que vienen, en este caso, a Madrid; desde la gente que hace la limpieza, el de seguridad, el administrativo, el artista que se cree mil, los curadores… Es un lugar que se presta mucho para este tipo de historias, donde conviven distintas capas sociales en un mismo ámbito.

Creo que a muchos Antonio Dumás les puede caer mal, pero a su vez es un personaje un poco triste, a mi me cae muy bien, quiero ser su amigo…

(Risas) Total, diste en la tecla. Además, el trabajo que hace Óscar Martínez es fabuloso y muy bien conocido por nosotros; está escrito para él. Es cierto que el personaje produce cierta antipatía por ser tan áspero y tan enojado con las cosas, pero al final te enternece. Me parece muy atinado lo que dices. Este tipo no lo aguanta nadie, vive con un gato que no le puede responder, tiene una vida triste; con el hijo no hay forma de conectar…

Hay algo que me gustaría subrayar en la historia de Antonio Dumas, y es que pasa algo con el arte contemporáneo: hay ciertas edades en las que uno conecta sensiblemente con lo que está pasando en el mundo occidental, especialmente en lo cultural o artístico. Pero después, esa antena empieza a fallar de alguna manera. Ya no es tan natural. Lo puedes sustituir leyendo, yendo a las bienales, etc., pero es con un esfuerzo intelectual. Ya no es como antes, cuando decías: “la música que me gusta es esta, me interpela, entiendo la letra, me gusta este escritor, etcétera”. Eso es lo que le pasa a Antonio, que vivió las vanguardias del siglo XX, el mayo del 68, una época de cierta rebeldía que él luego abandonó.

Me da la impresión de que todo lo nuevo que aparece en el museo, él lo mira con actitud de “esto yo ya lo vi, y mejor”. Si dependiera de él, el museo sería aburridísimo. Pero es gracias a ese colega joven que tiene que se mete en problemas. A pesar de todo, él cree en el arte, se conmueve… es cierto que, con Dumas, luego se evidencian las costuras de su armazón.

A Dumás le trae problemas su honestidad brutal…

Es un tipo que no se cuida tanto porque siente que ya está de vuelta. Pero hay algo importante: el arte, si bien a veces expresa lo indecible, tiene esa capacidad de lograr una epifanía, de plasmar algo tan bien que no hay ningún texto tan contundente como El Guernica. Es una pintura que, aunque figurativa, tiene una plasticidad y una locura que plasma de manera muy contundente un momento histórico, mucho más que cualquier libro que uno lea sobre ese episodio de la historia.

El mundo del arte, muchas veces, es una caja de resonancia de la sociedad, pero de una manera más cruda. El artista, al sentirse siempre importante, cree que tiene el derecho de decir lo que se le cante. Por eso, esa caja de resonancia que es un museo resulta tan atractiva para ser analizada. En la primera temporada de la serie, está la historia de un joven artista chileno que lleva una ballena que se está pudriendo y dice: “mi obra es esta discusión, es el museo cerrado, es el juez…”. Me encanta cómo se plantea esa idea porque es estimulante; quizá en otro ámbito no tendría lugar. El museo, como ámbito, es muy atractivo para observar esas posiciones.

Hay muchos artistas, no voy a dar nombres, que se escudan en temáticas absolutamente inapelables, como los que dicen que su arte está dedicado a los migrantes del norte de África. Pero, en realidad, su obra es malísima. Y ¿quién va a estar en contra de eso? Es un recurso muy habitual en el arte: poner un fin loable, pero el resultado es una obra deficiente. Esa discusión, en carne viva, me gusta, porque en esos ámbitos se da con más desparpajo, sin tanta veladura, se quitan las caretas. Y eso es lo que me sigue atrayendo del mundo del arte, porque es un espacio donde aún se discuten cosas que en otros ámbitos no se pueden hablar, porque son consideradas incorrectas y podrían traer problemas. Ahora, todo el mundo se ofende por cualquier cosa que se diga, y eso también es muy intolerante, porque cercena la libertad de otro de expresarse. Nosotros estamos contentos con la elección de este universo para decir un montón de cosas.

Al final de la segunda temporada, Dumás hace una declaración súper fuerte ante un auditorio enorme, ¿esa declaración es de él o es suya?

Es de él, pero sí es cierto que suscribo muchas de las cosas que dice el personaje. Hay dos temas que se plantean con eso que señalas, y es que específicamente con ese discurso al final, yo lo suscribo. El mundo del arte es tan sofisticado que nunca se ofende de la misma manera que otros ambientes. El arte es sofisticado y abierto porque vive de eso, lo usa a su favor. Obviamente, el mundo del arte está rodeado de dinero, especulaciones y coleccionistas que, en sus vidas, no son tan abiertos, pero el arte termina siendo una forma de mostrarles esa apertura que no tienen.

Un ejemplo claro es cuando una obra de contenido social es comprada por una corporación que tala bosques en el Amazonas. Mirá qué sensibles son ellos, que compran una obra que puede, en cierto modo, criticar la misma actividad que realizan. Esa es la reflexión que hace él hacia su mujer, diciéndole que este desplante que hace, fingiendo estar por fuera del sistema, es en realidad lo más adentro del sistema que puede hacer, porque el arte vive del escándalo, del desplante, del artista díscolo. Él le agradece porque dice que lo que ella hace es fortalecer el sistema que tan livianamente critica.

Lo que no contó fue lo del micrófono. En otra temporada veremos cuáles serán las consecuencias.

Es súper interesante la tensión entre Antonio Dumás y la que fue su amor, Mariel Bernabé, uno puede imaginarse el momento de la ruptura entre ellos dos… 

Mariel Bernabé, interpretada por Ángela Molina, parece como la antagonista, pero a nosotros también nos gustó mucho esa tensión que hay entre ellos. Aunque está claro que están contando, por omisión, que fueron pareja durante muchos años y compartieron un diagnóstico y cosmovisión del mundo, imagino que, por las edades que tienen, eso debió haber ocurrido a finales de los 60 o 70. Después de varios años, cada uno está en una situación prácticamente antagónica, y ambas posturas son atendibles.

A ojos de ella, él es un burócrata que transó con el sistema, que se olvidó de los preceptos de su juventud y que aceptó que el sistema es ese. Y, en efecto, esa crítica tiene validez. Ahora, a ojos de él, ella es una persona ingenua y caprichosa que, a los 60 y tantos años, sigue manteniendo las mismas consignas de hace 40 años. Si a los 17 años quieres romper todo, lo entiendo; ahora, si mantienes esa actitud adolescente de exigir lo imposible cuando ya estás al final de tu vida, es como si no hubieras aprendido nada en el trayecto.

Por eso me gusta que, como en todas nuestras películas y series, no hay un bueno y un malo. Todos los personajes son como tú o como yo, que hemos tenido actitudes miserables en algún momento de nuestras vidas, pero también hemos tenido gestos bondadosos. Me gusta que en nuestro universo de creación no es maniqueísta ni binario, no se trata de que este es el villano y el otro es el bueno. Esa es la riqueza de nuestros personajes: no son unidimensionales.

De hecho, lo que mencionas sobre Antonio Dumas es muy acertado: puede ser malo, tiene muchos defectos, pero también tiene aspectos positivos. Creo que eso es lo que sucede con todos los personajes; no hay buenos y malos, sino situaciones incómodas. No es una comedia per se con puntos de humor, sino que las situaciones graciosas surgen de la incomodidad, es casi una risa nerviosa la que provoca. El humor negro aparece de situaciones que no son deliberadamente humorísticas, sino incómodas de sortear, y esa es una característica de nuestra serie y de nuestros personajes.

¿Tiene personaje favorito?

Antonio Dumás, pero no soy como él, mis hijos me quieren (risas). Pero algo de lo de Antonio que me doy cuenta que tengo es ese aspecto que te decía, por suerte dirijo un museo de bellas artes, porque es más histórico, porque no sé si hoy, si bien yo vengo del arte contemporáneo, sería una persona tan conectada con las manifestaciones de la cresta del arte contemporáneo, pero me doy cuenta que no conecto tan sensiblemente con las manifestaciones de la gente que tiene 30 años en artes visuales, música, cine, como la que tengo yo con mi generación, con la que tengo una especie de comprensión profunda de esos temas, y lo otro es un poco para mi impostado y me requiere un esfuerzo para vencer esta cosa antinatural. Yo leo un guion de un chico jóven y me cuesta entrarle a esa problemática, tengo herramientas para ayudar, pero en mi universo esos problemas no serían los que pondría en primer plano, afortunadamente es así, porque las generaciones pueden seguir creando. Sino matás a Jorge Luis Borges, cómo podés escribir. 

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diciembre
19 / 2024