La Casa de la Paz: un espacio que reúne los emprendimientos de excombatientes y víctimas

La Casa de la Paz, en el centro de Bogotá, no solo es un espacio que reúne varios emprendimientos de excombatientes de las FARC, sino que se ha convertido en un ejemplo de diálogo y reconciliación para la sociedad colombiana.
 
La Casa de la Paz: un espacio que reúne los emprendimientos de excombatientes y víctimas
Foto: La Casa de la Paz se encuentra en el barrio Teusaquillo, Bogotá, y reúne emprendimientos de excombatientes y víctimas. / Foto. Camilo Medina. Diners
POR: 
Sandra Martínez

Detrás de la fachada de una casa de estilo inglés en el barrio Teusaquillo, en Bogotá, se esconde una gran historia. De esas que a veces parece que solo existieran en la ficción. No hay luces, ni avisos gigantes, ni timbre; solo una reja negra. Su nombre es la Casa de la Paz, un espacio que reúne varios proyectos de excombatientes de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), abanderados por la cerveza La Trocha.

Son las diez de la mañana de un lunes de octubre. Doris Suárez, líder del proyecto, abre sonriente la puerta, vestida con un saco beige, un jean y el pelo aún húmedo. Nos invita a pasar. Adentro, la luz de las ventanas ilumina el salón principal y el piso de madera cruje con cada paso, pero no hay mucha gente. 

Sin embargo, hora y media después, la casa está completamente llena de estudiantes de colegio que hacen un recorrido guiado; de un grupo de costureras, conformado por víctimas del conflicto armado, que cosen para crear memoria; de profesores y estudiantes del Colegio Mayor de Cundinamarca que los apoyan para enseñarles a hacer turismo de paz; de los cocineros que afilan los cuchillos y alistan los ingredientes en la cocina; de un grupo de periodistas que, ansioso, espera su turno para entrevistar a los protagonistas de esta historia. Hay vida, música, ruido, charlas, risas.  

Pero todo no fue siempre así. En 2017, Suárez, quien estuvo quince años en las filas de las FARC y catorce en varias cárceles del país pagando una condena de cuarenta años por crímenes políticos, quedó libre gracias al acuerdo de paz firmado por el gobierno del presidente Juan Manuel Santos con esta organización. En 2019, con ocho millones de pesos en el bolsillo como capital semilla, no tenía la menor idea de qué hacer. Se unió con varios desmovilizados e iniciaron un emprendimiento de escobas; luego pensaron en fabricar jabones, hasta que alguien les dijo que por qué no hacían cerveza. “Éramos guerrilleros y solo conocíamos el campo, por lo que no teníamos ni idea de cómo hacer un plan de negocios”, explica.

A Suárez, la única mujer del grupo, y a los cuatro socios de entonces —ahora son diez en total— les sonó la idea. Los hermanos Helo, dueños de la cervecería Popular, en Ubaté, se ofrecieron muy amablemente a explicarles el procedimiento de fabricación. Se contactaron también con el profesor Camilo Rivera, químico de la Universidad Nacional y maestro cervecero, quien desde entonces ha estado pendiente de catar la cerveza. 

Poco después recibieron el apoyo del Laboratorio de Paz de la Universidad Nacional para buscar un nombre y un diseño apropiado para la cerveza. Empezaron con toda la ilusión, en marzo de 2020, ofreciendo  una cerveza tipo ale, negra, de alta fermentación. “Sin la ayuda de la sociedad civil, esto no habría sido posible. Todos nos han ayudado desinteresadamente, desde traer sillas y mesas hasta quitar la maleza que había en la casa apenas llegamos”, cuenta Alexander Monroy, otro de los socios de este proyecto. 

Pero a los pocos meses llegó la pandemia y, con ella, la angustia de fracasar. “Algunos de mis compañeros  dijeron que mejor montáramos una tienda de verduras, pero yo tenía claro que no iba a abandonar la idea, que iba a seguir luchando”, recuerda Suárez. A punta de domicilios y de conformar alianzas para vender anchetas con otros  productos de excombatientes en Colombia, lograron sobrevivir. 

Ahora producen alrededor de 3.000 litros mensuales y cinco cervezas: Coromoro (ale porter, oscura, de cuerpo fuerte); Churuka (American wheat, rubia de trigo, refrescante y de cuerpo ligero); Chamí (strong bitter, rojiza, con aroma afrutado y un leve sabor amargo); Amazona (American pale ale, rubia, de amargura media y elaborada con açaí y un toque de miel de abejas), y Niebla (cream ale, una rubia con una malta premium). “Pronto vamos a lanzar una edición colaborativa con nuestros camaradas de la cerveza La Roja, porque ellos sí tienen una planta propia, para conmemorar el séptimo aniversario del acuerdo”, señala Suárez.

En la casa también cuentan con una microplanta para producir cerveza en barril e innovar con ingredientes diferentes. “Aquí ensayamos, probamos, incluimos frutas diversas; mejor dicho, miramos lo que más le gusta a la gente”, dice Monroy mientras muestra cómo funcionan las máquinas. 

Talleres, murales y exposiciones

En la Casa de la Paz se pueden visitar además varios espacios, como el Salón de las Mariposas,  donde penden en el techo las siluetas de estos lepidópteros en papel con el nombre de cada uno de los desmovilizados asesinados después de la firma del acuerdo de paz (más de 300);  hay una biblioteca, una librería, una marca de ropa hecha por excombatientes de las FARC  que se llama Manifiesta, estantes con otros tipos de productos a la venta, como café y miel, al igual que destilados y fermentados nacionales, como el viche, porque según dice un aviso, le apuestan a la soberanía etílica; otro espacio interesante es la Unión de Costurero, que con el liderazgo de Virgelina Chará, defensora de los derechos humanos, reúne a varias mujeres que bordan y cosen para crear memoria.

En toda la casa también se pueden observar murales, carteles y grafitis, que surgieron espontáneamente en medio de las movilizaciones sociales del año 2021 y diversos espacios para dictar talleres de reconciliación, proyectar documentales y hacer exposiciones. “Se empezaron a hacer recorridos guiados, que han tenido mucho éxito. A la gente le gusta venir y conversar con nosotros, para darse cuenta de que  también somos seres humanos con una historia de vida”, dice emocionado Monroy.  Suárez, por su parte, asegura que comenzaron a dictar talleres para niños, porque la idea es que al menos una vez al mes sea la casa de la paz para ellos. 

Así, poco a poco, con mucho esfuerzo, esta casa que se pensó al comienzo solo para ofrecer una cerveza, ha tomado relevancia en el mapa de los emprendimientos de los desmovilizados, hasta convertirse en un punto de encuentro y de diálogo. “En este espacio caben absolutamente todos,  puede venir el que quiera, porque desde el respeto y las diferencias podemos dialogar; soy una convencida de que la paz es lo que necesitamos”, asegura Suárez. 

Esta mujer, a la que se le nota que nada la detiene, quiere seguir soñando; analizó la posibilidad de exportar la cerveza, “pero es muy complicado; creímos que era más fácil, pero tendríamos que crear una empresa nueva. Hablé desde el deseo”, reconoce. Por ahora, su mayor reto es el financiero, para seguir creciendo y comprar esta casa. “Hemos logrado el punto de equilibrio, pero necesitamos que una entidad financiera nos mida con otro rasero, que mire que ya tenemos una nómina de ocho personas y que hemos generado capital social; queremos continuar creciendo e intentar replicar el modelo en otras ciudades, como Medellín o Cali”, concluye con una sonrisa. 

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
diciembre
19 / 2023