Tatiana Jacanamijoy: la hija del colibrí que lleva la cultura inga y kamëntsá al mundo

Representó a Colombia como señorita indígena en un certamen internacional de belleza; lanzó su agencia de viajes en el Putumayo, y en redes sociales habla de las tradiciones y costumbres de los pueblos inga y kamëntsá: esta es la historia de Tatiana Jacanamijoy. 
 
Tatiana Jacanamijoy: la hija del colibrí que lleva la cultura inga y kamëntsá al mundo
Foto: Foto Ryan Cortez @soycorazondeselva
POR: 
Simón Granja Matias

Es Atun Pucha, la celebración del Año Nuevo de las comunidades indígenas ingas. Florentino Jacanamijoy Tisoy, gobernador del cabildo, ha decidido visitar la escuela de su hija Tatiana Jacanamijoy para hablarle a los niños sobre su cultura y mostrar sus tradiciones. La pequeña Tatiana, de seis años, está sentada en su sillita del colegio, emocionada, aplaudiendo mientras espera la llegada de su papá. No ve la hora de que aparezca. Sin embargo, ella ignora que ese día se convertiría en un recuerdo de profunda tristeza. Aunque han pasado muchos años, todavía no ha logrado olvidar aquel viernes por la tarde. 

“Yo estaba emocionada de que viniera mi papá, les quería decir a todos mis compañeros que él era el gobernador”, narra Tatiana, y aplaude como una niña chiquitica recordando la emoción que sentía en ese momento. 

La profesora les pide silencio a los niños y les cuenta que el gobernador del cabildo acaba de llegar, que por favor lo escuchen. El corazón de Tatiana late rápido y sus ojos se llenan de ilusión; sin embargo, escucha que sus compañeros dicen que no quieren ir porque los indígenas son cochinos. “Son asquerosos, comen mute”, dice uno de ellos. Ella mira a sus lados sin entender de qué hablan, mientras su ilusión se esfuma. “¿Cómo así indígena?”, piensa. “Yo nunca me había visto como indígena, y por eso sentí mucha vergüenza”, dice. En ese momento, su papá entra con su vestido, sus plumas y sus palabras, mira a su hija y se dirige hacia ella para abrazarla, pero ella decide correr y alejarse de él. 

Foto Ryan Cortez @soycorazondeselva

Hoy, Tatiana porta con orgullo la identidad de su pueblo, habla con seguridad de quién es y de dónde viene, y lo defiende sin miramientos. En redes sociales, especialmente en Instagram, recibe constantes ataques racistas y discriminatorios. Aunque sus inicios en las redes fueron casuales, cuando le tomaron unas fotos para modelar los collares que hace uno de sus once tíos, artesano, esos comentarios negativos empezaron a afectarla, sobre todo al ver cómo su familia también los leía. Hoy, sin embargo, esos ataques ya no la afectan: su dignidad brilla tan fuerte que opaca la ignorancia del odio.

“Hay personas que me preguntan si toda mi personalidad se basa en ser indígena, y sí, porque es la realidad cultural, política y social en la que crecí. Yo podría evitarlo, pero no es lo que quiero, yo amo mi cultura”, afirma. 

La selva digital

Por el lado paterno, desciende de una línea de sabedores de medicina tradicional. Su abuelo, Antonio Jacanamijoy, fue un sinchi —persona fuerte— que protegió a su familia y sus tradiciones. Incluso, según cuenta, él fue uno de los primeros ingas en viajar al exterior; fue a Estados Unidos para defender los derechos sobre el uso del yagé, pues un estadounidense había intentado adjudicarse la patente de esta bebida ancestral. 

Su tío es Carlos Jacanamijoy, uno de los artistas colombianos más reconocidos. Pero más allá de eso, hay una especie de memoria de sus ancestros, los tejidos trascendieron el tiempo y por medio de la sangre han pasado de generación en generación. “Mi abuelo tuvo la oportunidad de salir, y desde entonces hemos podido salir al mundo, y hemos logrado un equilibrio con nuestra comunidad. Nos ha permitido ver el territorio desde afuera y adaptar eso a nuestra vida. Como mi papá, cuando me hablaba de las películas que veía en el exterior”, explica sonriente esta mujer cuyo rostro está adornado con pinturas tradicionales y lleva el pelo negro, liso, largo, con corte de capul. 

La vida le cambió drásticamente después de posar para unas fotos modelando los collares de su tío. Un representante del certamen internacional de belleza indígena Abya Yala América 2023 vio esas imágenes y decidió contactarla, aunque ella no lo creyó en un principio. Sin embargo, cuando se reunió con el organizador, comprendió que tenía una oportunidad única de representar su cultura y que sería la primera colombiana en hacerlo.

Al ingresar al certamen, le pidieron que subiera contenido a sus redes sociales, y así comenzó su trayectoria digital. La noticia de su participación se viralizó rápidamente: pasó de tener 200 seguidores a más de mil. Poco después, un fotógrafo bogotano, Sebastián Moreno, le tomó unas fotos que publicó mientras ella participaba en una ceremonia de yagé. Al día siguiente, sus redes explotaron en popularidad. Al final, la eligieron virreina indígena de América en el certamen.

Foto Ryan Cortez @soycorazondeselva

Después del concurso, sus redes quedaron en pausa. No obstante, un día decidió subir un video sin ninguna expectativa, y sus cuentas se reactivaron de nuevo. Esta vez, los comentarios negativos no tardaron en llegar: algunos le decían que los indígenas “no existen”, que ella “no es indígena” porque habla español, y que al vivir en la ciudad y usar redes sociales es “menos indígena”. Ella quedó sorprendida al ver el nivel de desconocimiento sobre los pueblos originarios en América. Si bien el certamen no la motivó a mantener su actividad en redes, la rabia que sintió ante estos comentarios discriminatorios la impulsó a comenzar a responder y a defender su cultura.

Así, Tatiana empezó a subir más videos, utilizando sus redes sociales para difundir su identidad. Todavía está explorando y tratando de definirse en el mundo digital, pero ha decidido seguir adelante por este camino.

Tatiana Jacanamijoy es una caja de sorpresas y de rebeldía; por ejemplo, uno de los videos más recientes y más vistos en su Instagram es uno en el que está ella de pie ante el celular y un texto dice: “X: ojalá te hubiera conocido antes”, y a continuación dice: “Yo antes”, y aparece ella cantando de manera gutural, pues resulta que en su adolescencia, cuando vivía en el valle del Sibundoy, tenía una banda de trash metal que se llamaba Demencia, en la que ella era la vocalista. Duró unos tres años, grabó un EP, hasta que se fue a Bogotá. “Ahora están rehaciendo la banda”, escribe por Instagram. 

Estuvo de viaje por Europa con su papá hace poco, en una gira que realizan para mostrar su cultura y tradiciones ancestrales. Él ocupa un lugar especial en sus recuerdos de infancia, a pesar de que pasaba mucho tiempo viajando. En aquel entonces, su familia tenía pocas cosas y su mamá prefería un estilo de vida en conexión con la tierra: le gusta sembrar, cuidar animales y recoger leña. Sin embargo, cuando su papá llegaba a casa, su mundo cambiaba.

Su papá, que es el mayor entre once hermanos, había recorrido varias ciudades y experimentado cosas que parecían de otro planeta: ir al cine, ver teatro… Aunque Tatiana no tenía televisor, él le contaba historias y le hacía ver el mundo como pocos niños de su edad lo conocían. Traía títeres y muñequitos de plastilina con los que recreaba películas, imitando voces y sonidos. 

Cuando le dijo al orientador del colegio que le gustaba la forma como su papá le contaba historias con luces y sombras, él le dijo: “Tu carrera es el cine”. No obstante, ella nunca había pisado una sala de cine hasta ese momento. Es así como viaja a Bogotá a estudiar, comienza clases y la mandan a ver una película. 

“Recuerdo la primera vez que entré a una sala de cine, y fue ya cuando empecé a estudiar. Estaba muy nerviosa porque nunca había ido a un teatro y no le había contado a nadie; me daba pena. Además, mis compañeros ya me veían raro, y encima, ¡nunca había estado en un cine! No sabía ni por dónde entrar. Todo estaba oscuro y eso me desorientaba. Fue emocionante, y al proyectarse la película, me encantó”, cuenta. 

Aunque Tatiana sigue amando el cine, y su intención es incorporar lo aprendido de la carrera que está próxima a terminar en Bogotá a sus redes sociales, sus planes en este momento son otros. 

(Reinventando el cuero: nuevas formas para crear este material)

Tatiana enraizada

Siente el cuerpo pesado y los ojos lentos; se siente diferente. Al tocar la tierra, sus dedos parecen enraizarse, sembrarse, y de su piel brotan plantas que se funden con el suelo. Tatiana Jacanamijoy tiene seis años y acaba de probar por primera vez una pequeña dosis de yagé. Sin embargo, solo a los once empieza a tener sus primeras visiones. Visiones que le generarán un choque tal que juró no volver a tomar esa bebida ancestral. “Pero a los pocos meses incumplí esa promesa”, dice sonriente. 

Creció pensando que todos los niños tomaban esta bebida ancestral, aun cuando pronto descubriría que no era algo común. Siempre fue muy curiosa y, a diferencia de sus tres hermanos mayores, mostró un temprano interés por la medicina tradicional. “Deme un poquito más”, le decía a su papá. Sin embargo, como todo, fue un proceso. 

La experiencia difícil no fue tanto por lo que vio, sino por las dudas que surgieron en ella, pues la bebida ancestral despertó preguntas profundas sobre las creencias con las que creció que parecían contradictorias. Por un lado, su padre es un médico tradicional indígena, y su familia preserva las costumbres de su pueblo ancestral; pero, al mismo tiempo, son fieles creyentes y practicantes de la religión católica.

“Me cuestioné ese equilibrio: si creer o no en el Dios católico, si el yagé estaba bien o mal, si nuestras costumbres indígenas eran correctas o no”, cuenta la joven. Hoy, Tatiana concluye que cada experiencia con el yagé es distinta, y es parte de preservar el saber de sus pueblos originarios kamëntsá e inga. Por medio de esas visiones, Tatiana empezó a aclarar la neblina que le generó la aparente dualidad en la que vivía; por ejemplo, recordar a su padre, vestido con sus plumas de taita, mientras decía: “Vamos a tomar yagé, que Diosito nos cuide en este camino”.

Foto Ryan Cortez @soycorazondeselva

Según le contaron los sabios, sus pueblos en el valle del Sibundoy, en el Alto Putumayo, siempre han creído en todo lo que les rodea: las plantas, la naturaleza, el sol, la luna y la tierra. Pero, cuando llegaron los españoles, esa fe se volcó hacia el ser supremo en el que ellos creían y que presentaron como Dios. “Mi abuelo era muy creyente, pero los padres capuchinos lo querían excomulgar porque decían que sus tradiciones eran del diablo. Él les respondía que nadie le iba a prohibir entrar a otra iglesia”, dice riendo. Su papá heredó tanto la fe católica como los saberes ancestrales, y logró encontrar un equilibrio. 

Tatiana, con su espíritu rebelde, decidió alejarse de la religión católica. Entiende el daño que los españoles causaron a su pueblo y siente que el yagé es lo más cercano que tiene a la espiritualidad. “No lo veo como un dios, sino como un canal para comunicarse con un ser superior”.

Cuando Tatiana se siente baja de energía, prefiere ir al páramo antes que a una iglesia. Entonces, le dice a su papá que la acompañe a hacer una ofrenda en este lugar especial. El páramo es especial no solo por su altura, sino porque es un sitio que, por su altitud tan baja, no debería existir. Conocido como páramo azonal, se forma en parte por las masas de aire húmedo provenientes de la Amazonia. Allí, Tatiana se acuesta sobre el colchón de agua, siente el frío, observa el cielo y se conecta con la tierra. Es tal la conexión que aun cuando esté a kilómetros de distancia, por ejemplo en Bogotá, solo con cerrar los ojos recuerda ese instante y se encuentra a sí misma; encuentra sentido.

Por esa misma relación con su tierra lanzó su agencia de viajes, Kawsai Putumayo: donde nace la selva, con la que busca promover su territorio. Tatiana explica que “Kawsai significa ‘vivir’. La idea es hacer un turismo consciente y de aprendizaje, que las personas convivan con mis culturas. Hacer un recorrido de cómo veo el territorio, que las personas lleguen por Nariño, pasen por la laguna de la Cocha, por el Alto Putumayo hasta llegar al Bajo, y que sea toda una experiencia. Quiero que la gente conozca mi territorio. Yo trabajo por él y por mi gente”. 

Cuando Tatiana habla del valle del Sibundoy, surge un brillo especial a su alrededor. El nombre original de este valle donde creció es Kindicocha, que en inga significa ‘laguna del colibrí’. Esta es una tierra rodeada de páramos azonales, pero es también donde la montaña se une con la Amazonia. “Yo soy hija del Kindicocha, soy hija de la laguna del colibrí”, asegura orgullosa. 

(Un viaje a los saberes ancestrales del alto Putumayo)

         

INSCRÍBASE AL NEWSLETTER

TODA LA EXPERIENCIA DINERS EN SU EMAIL
diciembre
6 / 2024