La libertad de envejecer con dignidad

La conversación sobre dejarse las canas o evitar los procedimientos estéticos como el bótox o los liftings faciales va más allá de lo estético. ¿Naturalidad? ¿Rebeldía? ¿La revolución femenina que quiere romper los estándares?
 
La libertad de envejecer con dignidad
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ANDREA VEGA

Cuando era pequeña, veía a mi papá frente al espejo, tijeras de metal en mano, cortarse unas canas que se le asomaban en el frente de su pelo oscuro. En aquel entonces, se me hacía exagerado que su supuesta vanidad al envejecer lo llevara a eso. “Yo nunca lo haré”, pensé.

Varias décadas después, bebiendo del agua que nunca iba a beber, me encontré frente a mi espejo tratando que el corte de mis tijeras no me trasquilara y solo se llevara la cana. Primero fueron dos, luego cinco y después ya había perdido la cuenta de los cabellos que “tenía” que cortar, hasta que me cansé.

Días después, estaba frente a la góndola del supermercado viendo a modelos sonrientes en las cajas de tinte. Alcancé a tener varias en la mano, y mientras escogía entre castaño medio u oscuro, solo pensaba en el camino sin regreso que estaba por iniciar. No fui capaz, no quise. ¿Por qué tenía que tinturarme el pelo si en el fondo no tenía ganas de hacerlo? “Al fin y al cabo, todavía no son tantas canas”, pensaba mientras me escabullía al pasillo del café y el chocolate.

De un tiempo para acá, varias figuras públicas se han rebelado contra las exigencias tácitas de la sociedad moderna en cuanto a la belleza, pero sobre todo en cuanto a la juventud, y han decidido aceptar las señales inevitables del paso del tiempo en su cuerpo y, de paso, las críticas de propios y extraños por tal “atrevimiento”.

Dejarse las canas, evadir los procedimientos antiarrugas con bótox, olvidarse de los estiramientos faciales y lucir un rostro sin maquillaje son algunas de las acciones que se han enmarcado en un movimiento reciente que promueve el aceptar —y dejar ver— los cambios físicos que trae la edad. El wellaging (envejecer bien) ha llegado, al parecer, para quitarle adeptos al indestronable reinado del antiaging (antienvejecimiento).

El club de las silver sisters

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Foto DKSStyle / Shutterstock.

Ni los premios que ganó The Brutalist, ni el emotivo discurso de Demi Moore, ni los japoneses ganadores de Shogun llamaron tanto la atención en los pasados premios Globo de Oro como la mexicana Salma Hayek. Además de sus joyas con más de 300 quilates en esmeraldas colombianas y el vestido Gucci con lentejuelas burdeos, hubo un detalle que acaparó los titulares al día siguiente: sus canas.

Aunque la actriz y productora de 58 años ya había publicado fotos en sus redes en las que se mostraba sin maquillaje y con el cabello gris en la intimidad de su casa, haber escogido una ocasión tan importante para presentar sus canas en sociedad se interpretó como una declaración de libertad ante la élite de belleza en Hollywood. 

¿Tan acostumbrados estamos a ciertos comportamientos que lo natural surge como irreverente? ¿Desde cuándo la naturalidad se convirtió en tendencia?

Pero Salma Hayek no ha sido la única. Actrices como Jamie Lee Curtis (66 años), Sarah Jessica Parker (60 años) y hasta la misma reina Letizia de España (52 años) han sido objeto de crítica por mostrar sus canas en forma deliberada. Parecería que el cabello gris a esa edad fuera la excepción y no la regla.

El confinamiento producido por la pandemia nos llevó a cambiar hábitos de cuidado personal y belleza. Muchas personas tuvieron que aplazar el corte y el tinte de su pelo. Una de ellas fue la actriz Andie MacDowell (67 años), quien sorprendió en el Festival de Cine de Cannes en 2021 con su cabellera plateada y castaña. 

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Foto Featureflash Photo Agency / Shutterstock.

La actriz, famosa por su papel en la película Cuatro bodas y un funeral  (1994) y ahora por ser la mamá de Margaret Qualley —protagonista de La sustancia—, declaró en aquel entonces que su decisión era una “declaración de poder” ante la diferencia que tenía la industria de Hollywood en su escrutinio a hombres de más de 50 años y a mujeres de la misma edad. La osadía de MacDowell la ha llevado a ser imagen de campañas publicitarias y una de las abanderadas de esta revolución.

Para María Paula Peña, psicóloga, escritora y conferencista, vivimos en una sociedad que idealiza la juventud como un estereotipo estándar, y esto se refleja con mayor fuerza en las exigencias que se les imponen sobre todo a las mujeres. “Las canas se han interpretado culturalmente como un signo de vejez y la vejez no está relacionada con la belleza, ni con el valor, ni con los estándares que la sociedad ha definido como apropiados para las mujeres”, señala.

“Cuando una mujer decide dejarse las canas, no solo está mostrando su edad, sino también rompiendo esta norma de que tenemos que envejecer viéndonos como si no lo estuviéramos haciendo. Y la polémica nace del choque entre esa decisión libre y un sistema que continúa esperando que las mujeres se sigan viendo jóvenes por siempre”, asegura.

Desde la mirada psicológica, Peña afirma que muchas mujeres han resignificado lo que es envejecer y están eligiendo habitar su    cuerpo con mayor orgullo, reconectarse con su identidad más allá de la apariencia y valorar sus años como una fuente de sabiduría y no de vergüenza. “Siento que es un acto de amor propio que estamos llevando a cabo las mujeres, un acto de autenticidad, de libertad, y que de uno u otro modo te hace ver mucho más real y única”, sostiene.

La outsider colombiana

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Foto cortesía Claudia Palacios.

Claudia Palacios es una de las periodistas más reconocidas en Colombia por su experiencia de más de dos décadas en los principales medios del país y del extranjero, por ser autora de varios libros y, recientemente, por ser una voz activa en temas de género.

“Cuando me empezaron a salir las canas, yo hice lo que vi que mi mamá hizo y lo que todo el mundo hacía: pintármelas. Me las alcancé a pintar dos veces, pero después de eso me pregunté: “¿Qué estoy haciendo?”. Yo nunca me había pintado el pelo, y tal vez eso me ayudó a entender que tinturarme era una esclavitud”, recuerda.

La comunicadora explica que la aceptación del envejecimiento en forma natural en la mujeres se viene gestando desde la denominada tercera ola del feminismo (en la década de los noventa), cuando reclamaban en la práctica los derechos que ya habían ganado sobre el papel. En el nuevo siglo, la cuarta ola —originada alrededor del movimiento MeToo contra el acoso sexual— detonó, entre otras, el debate sobre los estándares de belleza y el envejecimiento.

“Hay una gran conversación sobre la autoestima y el empoderamiento, y en todas esas respuestas a cómo entendemos el valor que tenemos, cómo lo hacemos visible y cómo logramos que la historia de una les sirva a otras, salen un montón de cosas, entre ellas lo estético. ¿Por qué tengo que pintarme las canas? ¿Por qué la mujer se debe someter a cosas que no necesariamente le gustan? ¿Por qué tiene que seguir cumpliendo unos estándares estéticos para que la sociedad no le diga ‘Vieja’, ‘Ya no cabes aquí’, ‘Estás cucha’, ‘Estás pasada de moda’, cosas que a los hombres no les dicen”, comenta.

“El envejecimiento surge como algo que es natural y como una herramienta que nos empodera, nos libera y nos da más valor. Unas hemos decidido, como yo, dejarnos las canas, porque no sentimos que nos hagan menos, o viejas, feas o dejadas. Hay otras que han decidido dejarse las arrugas, pese a que se pueden aplicar bótox o hacerse cirugías”, señala.

Palacios asegura que incluso las mujeres que se tinturan el pelo o se quitan las arrugas tienen otras maneras de rebelarse contra los patrones estéticos, como cambiar los tacones por los tenis o dejarse el pelo largo después de los 50. 

“Yo soy vanidosísima y quiero verme bien. Si me quiero maquillar me maquillo, pero el día que no quiero pues no. Y si me quiero hacer un tratamiento para quitarme una mancha, me lo hago. No tengo problema con eso. Es mi decisión autónoma. No es como que yo estoy haciendo esto por darles gusto a mi jefe, a la sociedad o a mi esposo. Es por darme gusto a mí. Y ese es el parámetro”, puntualiza.

La cantidad de mujeres que le escriben a su Instagram para preguntarle acerca de cómo se cuida las canas, el desarrollo por parte de la industria de la belleza de productos especiales para su cuidado y el tono menos agresivo de las críticas que todavía recibe sobre su aspecto, son algunos indicios de que un cambio se está cocinando.

Aprender a desmarcarse de las marcas de la vida

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Foto Andrea Raffin / Shutterstock

La exmodelo de Playboy y actriz Pamela Anderson (57 años) sorprendió a todos en 2023 al aparecer con la cara lavada en varios eventos. “¿Por qué tengo que sentarme en una silla de maquillaje durante tres horas?” fue uno de los cuestionamientos sin una respuesta convincente que la llevaron a presentarse al mundo con cero maquillaje. Para algunos, podría parecer un acto intrascendente, pero para el ícono de Hollywood en la década de los noventa, fue un acto de liberación y autoaceptación. 

Y es que el rostro de la mujer es otro escenario que libra sus propias batallas. La aparición inevitable de las líneas de expresión, los efectos de la gravedad, las manchas y la pérdida de volumen son consecuencias naturales del paso del tiempo, que estamos llamadas a disimular, a combatir, a esconder, pero sin llegar al punto de que se note que lo hicimos. Complicado.

Los tratamientos de belleza y los procedimientos estéticos no declarados, la utilización de filtros en redes sociales y hasta la edición de fotografía al alcance de todos han alimentado la ilusión de la eterna juventud.  

Según la encuesta “Pilares de la confianza 2025”, realizada por la empresa de estética médica Merz Aesthetics, la pareja es quien más influencia tiene en la seguridad y confianza de las personas que quieren mejorar su apariencia con un tratamiento estético (52 %), incluso más que las redes sociales (29 %).

El sondeo, hecho a 15.000 personas entre 21 y 75 años en 15 países —incluida Colombia— que tuvieron un tratamiento estético en el pasado o están abiertas a tener uno en el futuro cercano, reportó que el 67 % de los encuestados ve el envejecimiento como un proceso natural de la vida. Lo curioso es que el 39 % siente miedo de envejecer y apenas un 20 % estaba entusiasmado con este proceso. 

“Cada mujer tiene el derecho a elegir cómo se siente más auténtica y en paz consigo misma. Conciliar estas expectativas implica tener una autoestima alta y seguirla fortaleciendo para no dejarse llevar por los comentarios sociales, trabajar en el autorreconocimiento más que en la validación externa y rodearse de los espacios que le celebren la diversidad de las elecciones. La clave está en entender que no se trata de descuido, sino de una elección consciente de priorizar el bienestar sobre la apariencia física”, señala la psicóloga Paula Peña.

Si se impone la idea de dejarse las canas como algo correcto o ponerse bótox como algo incorrecto, se vuelve a encasillar a las mujeres en decisiones que no son libres, asegura la profesional. “Lo importante es que cada una pueda decidir cómo se quiere ver, cómo quiere lucir, y que eso no genere un señalamiento social por cómo tendría que verse, ni por más joven, ni por rebelde”.

Para muchas mujeres, dejarse las canas, andar sin maquillaje o no rellenarse las arrugas puede ser sinónimo de dejadez, de haberse dado por vencida y hasta de pereza. Para otras, es el pasaporte a la liberación y a la autoexpresión. 

Hoy me dejo mis canas recién cortadas. Mañana puede que decida otra cosa. Al final, en lugar de “envejecer con dignidad”, es preferible hacerlo con libertad.

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junio
4 / 2025